Francisco de Aranda


El anillo perdido del Papa Luna
Principio del capítulo I

Peñíscola; 1422

Francisco de Aranda se despertó sobresaltado, al oír unos desgarradores gritos de agonía. Se levantó de su camastro y, recorriendo el castillo, se dirigió a la habitación de la que provenían los gritos. Abrió la puerta de par en par y vio a Benedicto XIII en el suelo, propinando gritos de dolor mientras su cuerpo se retorcía. Se asustó, al ver al pontífice en aquel estado. Se apresuró para ayudarlo a levantarse. Lo alzó depositándolo sobre el lecho. Unos momentos después, el pontífice pareció calmarse.
Miró a Aranda con ternura y le señaló un pequeño mueble que había en un rincón.
—Apártalo y mira detrás.
Francisco de Aranda obedeció. Apartó el mueble y vio que detrás de éste había un hueco, una de las piedras había sido quitada. Alargó el brazo hasta el interior de aquel agujero y sacó unos papeles, se quedó mirándolos un momento; se trataba de una serie de pergaminos enrollados y atados con una cinta roja.
—Tráelos —dijo Benedicto XIII.
Aranda se los acercó con mucho cuidado.
—Se trata del Códice de Constantino, en Roma lo desean con gran ansia —dijo el pontífice—. Guárdalo en lugar seguro, que nunca caiga en manos de los que no son dignos de conocer lo que yo y los que han habido antes que yo conocemos.
—Pero señor —respondió Aranda—, yo no soy digno de poseerlo.
—Menos dignos son aquellos que desean poseerlo. Aquellos que niegan a la verdadera Iglesia, aunque digan servirla.
—Haré lo que me pedís.
—Lo sé. Guardaréis el códice hasta que mi sucesor en la Silla de San Pedro haya cumplido cinco años de su pontificado, sólo entonces se lo entregaréis.
—¿Cinco años?, ¿por qué no antes?
—No me fío de nadie, salvo de ti, viejo amigo —la voz del pontífice tomaba un aire melancólico—. Quiero que te asegures de que mi sucesor sea digno de llevar sobre sus hombros la responsabilidad que significa Nuestra Santa Madre Iglesia.
Aranda asintió. Después de que el Pontífice le dijera que quería descansar un poco, se dirigió a la puerta y salió. Antes de cerrar, miró de nuevo al hombre que dejaba en la cama y que le había encomendado aquella misión. Luego cerró, dejando descansar a Benedicto XIII cuyo verdadero nombre, antes de sentarse en la Silla de San Pedro, había sido Pedro Martínez de Luna; más conocido, tras ponerse el anillo del pescador, con el sobrenombre del Papa Luna.