Federico Guzmán


El anillo Perdido del Papa Luna
Capítulo VII



Apoyó su bastón en el suelo, valiéndose de él para sentarse en uno de los bancos, miró al altar y oyó como se abría la puerta de la entrada, luego escuchó los pasos que se acercaban a él, era el hombre al que llevaba unos minutos esperando.
—Justo a tiempo.
—Creo que ya sabe por qué estoy aquí.
—Le mandan del Obispado. 
—En realidad, me mandan del Obispado por ordenes expresas del Vaticano.
—Todos los caminos conducen a Roma —dijo en tono burlón, mientras cogía su bastón con la intención de levantarse.
—Deje que le ayude —se ofreció el recién llegado.
—No hace falta, puedo sólo.
Cuando se levantó, Federico Guzmán miró fijamente al padre Matías.
—¿Y usted es todo lo que me traen del Obispado?
—No le entiendo —respondió Matías.
—O bien confían mucho en usted, o bien les trae sin cuidado si la misión tiene éxito.
—¿Misión?, ¿qué misión?
—Por lo que veo, no se lo han contado todo.
—Sólo que hay que encontrar un anillo que fue robado...
—Lo del anillo ya lo sé, y usted..., dígame, ¿qué sabe usted del anillo?
Matías se encogió de hombros. No tenía muy claro de qué le hablaba Guzmán.
Guzmán miró a Matías, al principio no le reconoció, hacía muchos años que Matías había sido el coadjutor de Guzmán, en los últimos años en los que éste estuvo a cargo de la iglesia Arciprestal de Vinaròs.
—Bien —dijo Guzmán—, quiero que vaya al Ayuntamiento, diga que va de mi parte, yo ya he hablado con ellos; le darán acceso a todos los documentos que datan del siglo XV, quiero que me transcriba todo lo que aparezca relacionado o bien con el Papa Luna o bien con Francisco de Aranda.
—¿Francisco de Aranda?
—Así es, confío en usted.
Guzmán se dio la vuelta, mirando de nuevo hacia el altar de la iglesia de Sant Lluc de Ulldecona.
—Pero, ¿qué tiene eso que ver con el anillo?
En ese momento entraron dos mujeres, se santiguaron con el agua bendita que había al lado de la puerta y se dirigieron hacia los primeros bancos.
Guzmán se levantó, emitiendo un leve gruñido de disgusto por la interrupción.
—Acompáñeme —dijo en voz baja.
Los dos se dirigieron por el lateral de la hilera de bancos hacia la capilla dedicada a la Virgen de la Piedad.
Matías abrió la puerta que daba paso a la capilla y Guzmán entró, seguido de éste. 
Se dirigió hacia el primer banco y se sentó, estaba cansado y le dolía la pierna. Miró a la Piedad, a la que tenía una gran devoción.
—Como ya le he dicho antes —dijo al fin, mirando al padre  Matías—, no sabe usted de la misa la mitad; no estamos buscando el anillo, estamos buscando otra cosa. Y es una carrera contrarreloj, si el anillo estaba aquí significa que ellos también lo buscan.
—¿Ellos?¿Quiénes? ¿Y qué buscan?
—Trahiniers —respondió Guzmán con sequedad.
—¿Trahiniers? —repitió Matías—, ¿quién son?
—Seguidores del legado del Papa Luna y lo que buscan es el Códice Imperial.